Cincuenta años atrás, un grupo de jóvenes estudiantes atravesó por primera vez el umbral de un nuevo instituto en la periferia de Palma. Se levantaba en el emergente Polígono de Levante un centro de educación que portaba el nombre de Antoni Maura, figura clave en la historia política balear y española. Eran tiempo complejos, en los albores del final de la dictadura y con una enorme eclosión social que encontró en aquel recinto un escenario de libertad que sigue latente y patente medio siglo después de aquel curso 1973-74.

A aquella generación, a aquellos pioneros del Maura pertenecieron José Antonio Aguiló, Sebastià Frau, Concha Tizón y Moni Pérez, a quienes acompañan en este bombardeo de recuerdos los dos docentes más veteranos: la actual directora, Myriam Fuentes, y Román Piña Valls, que desde 1992 imparten clases de inglés, griego y latín. Aguiló llega cargado de documentación, reportando que en el curso 72-73 estaban matriculados en el Antoni Maura, pero estudiaban en Son Malferit.

Los pioneros sólo tienen «palabras de agradecimiento» para el equipo docente «de nuestro instituto» por acordarse de ellos ante esta efeméride, echando la vista atrás a un recorrido en el que todos coinciden en que era un centro «que no tenía buena fama», asegura Fuentes, actual directora. «Hubo una época en la que el Maura y el Polígono eran conflictivos. En mi caso, venía de la Península y me sorprendió que algunos profesores venían asustados… yo cogí el primer instituto de la lista y cuando lo contaba, la gente me preguntaba por qué», relata.

PB160524004936.jpg
Myriam Fuentes, Sebastià Frau, Concha Tizón, Moni Pérez y José Antonio Aguiló, ante el edificio del IES Antoni Maura de Palma. Foto: Pere Bota

Apostilla Román Piña que la imagen era consecuencia «de la inseguridad que generaba el barrio, una zona periférica, descampado entonces…», pese a lo cual resalta cómo «fue desapareciendo con los años, quedando como una falsa mala fama», además de asegurar que «el perfil del alumno era normal en comparación con otros centros. E incluso, cuando venían los nuevos docentes, se encontraban esa atmósfera diferente a lo que se les había vendido». Ese «buen ambiente» que refieren Piña y Fuentes fue creando desde su perspectiva «un vínculo con los exalumnos, incluso con antiguos profesores que siguen viniendo por aquí». Una relación y un recuerdo basado «en la afectividad».

La apuesta por las tecnologías fue uno de los grandes movimientos educativos del Maura, «siendo pioneros en la robótica, el trabajo por proyectos… salimos del aislamiento gracias a ello», dice Fuentes, a lo que suma Román Piña la importancia «del Bachillerato Artístico, que supuso un cambio, pero a la vez nos convirtió en el único centro en ofertar todas las modalidades», remarca, a la par de la relevancia de «sentar las bases de la educación a distancia y semipresencial».

Innovadores

Iniciativas como un programa de radio, la revista ‘Mauritànic‘ o el ‘Maurifull‘ y el club de debate ratificaban esa idea de «ser diferentes, activos», pasando de generación en generación hasta encontrarse situaciones como «tener de alumna a la hija de una exalumna…», señala Piña como anécdota, sin dejar de lado que varios profesores fueron en su día alumnos del IES Antoni Maura y ahora son compañeros de equipo docente, por ejemplo, de Myriam y Román.

PB160524004923.jpg
Myriam Fuentes, actual directora, y Román Piña; ambos son los profesores con más años de experiencia en el centro. Foto: Pere Bota

Escuchan con atención Moni, Sebastià, Concha y José Antonio, cuatro rostros y ocho ojos que vieron aquel Maura que conserva su esqueleto y buena parte de su esencia 50 años después. El último recuerda que, pese a su educación hasta entonces conservadora, «me metieron allí. Era una época en la que apenas había centros fuera de las Avenidas o el casco antiguo de Palma», comentan estos cuatro por entonces jóvenes que entraron allí con entre 13 y 16 años.

Visualizan aquellos años de «cambio» en un instituto que presentaba un edificio «transgresor, alejado, en el extrarradio, con un profesorado joven y un espíritu diferente al de otros centros, seguro». Si en el curso 72-73 apenas un alumno pidió plaza, el Ministerio dio orden de reubicar allí a quienes no pudieran quedarse en sus centros respectivos, creando una amalgama social única en Palma en aquel tiempo. «Éramos rompedores, diferentes; aquí cabía desde el hijo de un noble hasta el del tendero. Mandaban alumnos al Maura porque estaba vacío», apostillan Sebastià y José Antonio.

Del barrio (Polígono de Levante), «no había nadie», señalan, dentro de una primera generación que venía de lugares tan dispares como el Dique del Oeste -en el caso de Concha- o del centro de Palma, «o por problemas académicos», señala Sebastià. La mejor muestra son nuestros cuatro protagonistas: Concha estudiaba en el Joan Alcover, Moni vivía en Eusebio Estada, Sebastià se formó en San Cayetano (teatinos) y José Antonio estudiaba en una academia privada en la zona de Arxiduc, «y tardaba 45 minutos cada día en ir, y otros tantos en volver», al no haber transporte público hasta el barrio. «Veníamos en los autobuses de Salma, acuérdate… y no nos dejaba cerca», continúan.

De aquellos profesores recuerdan «algunos duros como Aina Moll, Calafat, Felipe Moreno…», enumera Moni, en un momento que recuerda Concha permitía compartir aula «a gente de todos los estratos sociales, siendo amigos, sin distinguir entre estatus ni procedencia». Ahí radica parte de la fórmula del éxito del Maura, «en aprovechar la diversidad, ser un centro acogedor», señala la actual directora, a lo que suma Román Piña «La cercanía entre alumnado y profesores», mientras los cuatro exalumnos de la primera hornada asienten con rotundidad.

La muerte de Franco

Esa proximidad la plasma Moni Pérez en una anécdota con Felipe Moreno, por entonces profesor de Filosofía. «Un día le presenté un examen en blanco y me preguntó por qué. Y, en lugar de suspenderme directamente, me dio otra opción, otro día». El factor humano era «fundamenal» en esos años, en los que vivieron en el aula momentos históricos como la muerte de Franco. «Nos dieron ese día y otros libres, después de rezar un ‘Padre Nuestro’, todos de pie…», recuerda Aguiló, a la vez que asegura que, por entonces, «no se hablaba de política tanto como se puede imaginar».

Tal es el nexo de unión que dejó el Antoni Maura en sus vidas que Moni y Sebastià acabaron casándose y ofició la ceremonia el Padre Julià, emblemático profesor de religión del instituto durante décadas. Un centro «reivindicativo, en el que la mayoría del alumnado era contraria al régimen y que se movilizaba cuando había manifestaciones, aunque a veces no sabíamos ni qué se pedía en ellas», bromean, sin esconder el compromiso por parte de los docentes y los alumnos en unos tiempos claves y de cambio en la España predemocrática.

«Esto era otro mundo, la verdad», aseveran con enorme nostalgia y tras años sin pisar el instituto. Algunos, desde el 25 aniversario. Ese edificio lo siguen viendo como «vanguardista, totalmente diferente a lo de entonces y hace años», aunque lo que realmente les impresionó «fue el bar… había música, la gente fumaba, ¡había incluso una gramola!». Y las motos, otra novedad por entonces. «Recuerdo las derrapadas todavía…», dice Moni, quien junto a Concha recuerdan «la algarabía del autobús, las gamberradas en el recreo… Desembarcamos en un mundo nuevo, que nos catapultó hacia experiencias inolvidables». Como la huella del IES Antoni Maura, que la ha impreso en la memoria colectiva de quienes allí de formaron, crecieron y se divirtieron.

Fuente de la noticia