Hace unos días, haciendo zapping me detuve en IB3, nuestra televisión pública. En pantalla, cinco periodistas debatían sobre la enseñanza del Islam en los colegios. Cinco pero ningún teólogo, es decir, ninguno con formación en historia de las religiones. Ni uno que supiera distinguir entre Mahoma y Averroes si se los encontrara en un callejón. Pero todos opinando con la seguridad del que no duda porque no sabe.
El debate partía de la sentencia publicada la semana pasada por el TSJIB y que daba la razón a una familia musulmana, reconociendo que su hija tiene derecho a recibir clase de religión islámica como alumna de la educación pública balear. Y a partir de ahí, comenzó la verbena de los lugares comunes, esas palabras que todos dicen para entonar algún argumente que suene bien para el tema que les toca cantar en el concierto televisivo al que les ha tocado asistir. Hablan de integración, aconfesionalidad, adoctrinamiento, laicismo, valores occidentales, religión, espiritualidad, catequesis… un cóctel ideológico servido sin una gota de conocimiento.
Confieso que el espectáculo me indignó. No solo como teólogo, sino como ciudadano. En plena negociación para la concreción de la LOMLOE en Baleares, y por encargo del Obispo de Mallorca, coordiné una comisión que durante un año trabajó una propuesta para que las religiones confesionales tuvieran una alternativa en la escuela pública. Se proyectó una asignatura de Cultura e Historia de las Religiones, basada en la fenomenología del hecho religioso. Modelos como Canadá, Finlandia, Reino Unido o Australia eran nuestros referentes, los analizamos y estudiamos en profundidad para que la nuestra fuera, también, una propuesta moderna, pedagógica y, sobre todo, aportara conocimientos para la educación integral de los futuros ciudadanos. Pero, claro, como suele pasar en este país con las innovaciones, la propuesta murió. No por falta de rigor y de convencimiento, sino por exceso de miedo. Miedo de algunos sectores eclesiales dirigentes a perder un poder que creen tener, aunque hace tiempo que la realidad social se encargó de arrebatarles. Más del 75 % del alumnado balear ya no elige religión católica.
El resultado de este inmovilismo es que más del 70 % de nuestros jóvenes termina la educación obligatoria sin un conocimiento mínimo del hecho religioso. Sin entender que el Cristianismo vertebró la cultura europea tanto como el Islam modeló la de oriente. Sin saber quién fue san Agustín, ni qué significa el tawḥīd, ni por qué el arte románico y el islámico se parecen más de lo que algunos estarían dispuestos a admitir. Y luego nos sorprendemos de que el fanatismo o la intolerancia crezcan precisamente en los espacios que la ignorancia deja vacíos.
A veces pienso que la sociedad balear vive un laicismo mal entendido, que no quiere saber nada de la religión… pero opina de ella constantemente. Es la ignorancia ilustrada, versión siglo XXI. Opinamos de todo sin estudiar nada. Y, por si fuera poco, la teología —esa disciplina que forma durante seis años en historia, filosofía, lenguas clásicas y pensamiento crítico— sigue sin reconocimiento social. Un licenciado en teología puede leer en griego a Aristóteles y debatir a Hegel, pero no puede enseñar filosofía o latín en un instituto. Y mientras tanto, se lamentan de que falten vocaciones intelectuales o de que la educación pierda profundidad.
Lo que vi en IB3 fue, en miniatura, el retrato de nuestro país. Periodistas hablando de religión sin haber abierto jamás un tratado de fenomenología religiosa. Clérigos defendiendo una parcela de poder que ya no existe. Políticos gestionando el vacío con normativas improvisadas. Y una sociedad que se cree laica porque ha decidido vivir de espaldas a todo lo que huele a trascendencia. Pero la ignorancia no emancipa. Solo empobrece. Y cuando una cultura desprecia el conocimiento religioso —no la fe, sino el conocimiento—, pierde la mitad de su memoria. Y sin memoria, uno ya no sabe ni quién es. Quizá el día que volvamos a hablar de religión con inteligencia, sin miedo y sin prejuicio, descubramos que la educación no debe elegir entre el Cristianismo, el Islam o la nada. Debe enseñar a comprenderlos todos y, sobre todo, a no temer ninguno. Porque solo quien conoce, puede vivir y convivir.