La cambiante situación política y electoral merece hoy más que nunca análisis sosegados, profundos y rigurosos, como los que hace siempre Gonzalo Adán (Valencia, 1962). Doctor en Psicología Social, profesor asociado de Psicología en la UIB, director de Sociométrica y también del Instituto Balear de Estudios Sociales (IBES), Adán se pronuncia en esta entrevista sobre diversas cuestiones, como por ejemplo el estado del Govern de Francina Armengol, los nuevos partidos o la candidatura de Salvador Illa para presidir la Generalitat.

Con la pandemia, ¿ha cambiado la forma de hacer política?

Para mí, ha cambiado en dos aspectos. Por una parte, porque ha sido una especie de decepción comprobar que en un momento de emergencia nacional, como no lo ha habido nunca, los partidos no han sabido hacer una tregua electoral. Es cierto que los partidos políticos tienen en su ADN, en su esencia, estar siempre haciendo campaña electoral. Los partidos tienen ese objetivo y esa dinámica permanente. Eso lo asumimos, igual que entendemos que una empresa tiene en su ADN ganar dinero y no ser una ONG. Sin embargo, en un caso de emergencia nacional como este, quizás los ciudadanos pensábamos que a nivel comunitario y estatal podría haber una tregua, un paréntesis, una especie de «todos a una» para salir de esta situación.

Pero no ha habido esa unidad…

Efectivamente. Por tanto, creo que la decepción ha sido la primera de las consecuencias, porque no solamente no ha habido ese pacto, sino que se ha utilizado la pandemia como una palanca electoral más en todos los partidos, tanto en los que piden unidad como en los que no la aceptan.

«Los partidos políticos tienen en su ADN estar siempre haciendo campaña electoral. La decepción ha sido la primera de las consecuencias políticas por la pandemia»

¿Cuál sería el otro cambio que usted también ha percibido?

La segunda derivada que he percibido, pero ya a un nivel más personal, tiene que ver con la posverdad, entendiendo ese concepto en el sentido de que la verdad es relativa, ya sea en el periodismo, en la política o en la comunicación institucional.

¿Ya no importa la verdad?

La verdad pasa a un segundo plano y lo importante pasa a ser lo viral, lo espectacular, lo socialmente deseable y aceptable, lo demagógico. La pandemia ha elevado eso a la enésima potencia, de tal manera que no importa si los muertos son 20.000 u 80.000, como tampoco importa decir que la desescalada ha sido buena cuando ha sido mala. Ya no importa ser exquisitos con la verdad de lo sucedido, sino que lo importante es el relato, es decir, que lo que se diga o lo que se cuente sea fácilmente digerible por la sociedad. Esta «nueva verdad» creo que ha llegado para instalarse y va a hacer una sociedad más relativista, menos anclada en los valores tradicionales.

¿Percibe hoy en el Govern un desgaste más previsible del esperado por el Covid-19?

El manual político electoral diría que no hay gobierno que soporte una crisis de semejante magnitud. Tiene que ser un gobierno extraordinario, con líderes extraordinarios, para que pasada la crisis la gente siga apoyando mayoritariamente a ese gobierno. Y no es el caso. Dicho esto, hace falta una segunda condición para que una crisis de este tipo tumbe al gobierno de turno, que es que haya una alternativa. Y esa alternativa no existe, ni a nivel nacional ni a nivel autonómico.

«La verdad pasa a un segundo plano y lo importante pasa a ser lo viral, lo espectacular, lo socialmente deseable y aceptable, lo demagógico»

¿Por qué no existe esa alternativa?

Porque no es época de liderazgos, ni aquí ni en ningún sitio. Podemos exceptuar la Alemania de Angela Merkel o la Rusia de Vladimir Putin, en donde, independientemente de los líos políticos o más o menos democráticos que haya, sigue habiendo una mayoría aplastante detrás de sus gobernantes. En el resto de Europa y por supuesto en España y en sus autonomías no hay una alternativa que genere más ilusión, más esperanza, más ideas, más innovación o más iniciativa que la propia de los gobiernos. En ese sentido, si hoy hubiera elecciones, el Govern de Armengol acusaría lógicamente un desgaste, pero no veo que haya ahora mismo una alternativa a nivel de partido o de coalición capaz de derribarla.

Es un escenario complejo, sí…

De todas formas, hay que decir que las elecciones en todas las comunidades y ya también a nivel nacional han sufrido un cambio radical los últimos años en cuanto a los escenarios de gobernabilidad. Por tanto, que yo esté diciendo que Armengol tendrá un desgaste, pero que su partido seguirá siendo la fuerza más votada, no significa que esté diciendo que vaya a gobernar, porque podría haber una carambola o una combinación que ahora mismo se nos puede antojar imposible, por ejemplo con Cs o el PI de bisagra, con un Vox que se acerque al PP, o viceversa, con un Cs que no le importe que Vox y PP vayan juntos, o con un PI que no le importe que Vox esté en un gobierno apoyado desde fuera. Por tanto, existen combinaciones que podrían arrebatarle el Govern a Armengol. De hecho, hoy en día el centroderecha suma más que el centroizquierda. En ese contexto, diría que Cs pasa a ser mucho más decisivo de lo que lo fue en el 2019.

¿Incidentes como por ejemplo el de Armengol y el Hat Bar pasan factura a los políticos?

Bueno, es cierto que ese tipo de cosas dejan una marca, una huella, que además no se olvida, porque lo ocurrido queda en las hemerotecas. Otra cosa distinta es que esas cosas tengan luego una influencia electoral. En el caso de Armengol y el Hat Bar, yo creo que no será así.

«Existen combinaciones que podrían arrebatarle el Govern a Armengol. De hecho, hoy en día el centroderecha suma más que el centroizquierda»

¿Por qué cree que no será así?

Por dos motivos. En primer lugar, porque los acontecimientos se generan a tal velocidad y a tal magnitud, que cada uno acaba anulando al anterior. En ese sentido, al final de la pandemia habrá tantos acontecimientos a evaluar, que a lo mejor este pesa lo que pesa. En segundo lugar, porque en política el reconocimiento de errores va a favor del que acepta que se ha equivocado. Esto los políticos no lo acaban de entender y es raro el que asume errores. Armengol lo hizo, con la boca pequeña, pero lo hizo, lo cual pienso que puede haber atenuado bastante aquel incidente, mucho más que si se hubiera enrocado con una mentira, que además se hubiera acabado sabiendo, porque hoy en día las redes sociales y el trabajo periodístico llegan a rincones insospechados. Por tanto, pienso que Armengol acertó a la hora de reconocer aquello, aunque fuera con la boca pequeña.

¿El voto de la izquierda en Baleares se mantiene?

Bueno, hay un voto de izquierdas que es muy difícil que desaparezca, pues el votante de izquierdas no va a votar a la derecha ni al centroderecha jamás. A veces se ha especulado acerca de si los conceptos de izquierda y de derecha son antiguos o ya no definen, pero siguen definiendo. La gente utiliza las etiquetas porque son útiles, son sencillas e identifican además muy bien ciertos posicionamientos. Dicho esto, hay otro eje izquierda-derecha, que es el nacionalista-no nacionalista, que sí fluctúa más, al menos en Baleares.

¿Cómo ve la situación de los dos socios de Armengol en el Govern?

Creo que el desgaste del PSOE podría suponerle a Unidas Podemos un aumento, no en la misma proporción, pero sí en una proporción significativa. En cambio, el peso de Més sí que puede acabar diluido, en el sentido de que el votante de izquierda nacionalista acabe en la izquierda no nacionalista. Por lo tanto, preveo un Podemos no debilitado y percibo ahora mismo a Més como un partido a la baja por la falta de exposición y de notoriedad.

«Armengol acertó a la hora de reconocer el incidente del Hat Bar, aunque fuera con la boca pequeña»

¿Ve un posible recorrido a los nuevos partidos que están surgiendo ahora?

Hoy por hoy, yo diría que el contexto favorece no sólo la aparición de nuevos partidos, sino también la adhesión. Pero para que esos nuevos partidos se consoliden, tienen que confluir varias condiciones. Algunas se dan y otras no.

¿Qué diría en el caso de Coalició per Mallorca?

Yo creo que una nueva coalición regionalista puede tener posibilidades, ya que el voto regionalista en Baleares es un voto que siempre ha estado poco o mal representado por las marcas ya existentes. Baleares tiene un voto potencial regionalista de un 20 por cien, que en el caso de la derecha normalmente ha quedado integrado en el PP, pues tanto UM como el PI no han llegado a recogerlo nunca del todo, por diferentes motivos. Por tanto, un nuevo intento de reunificación podría dar resultados. A esa coalición le auguro un buen despegue, aunque no sé luego cómo llegará a la meta.

¿Y qué puede ocurrir con otros partidos que nacen con vocación estatal?

En el caso de los nuevos partidos que luchan por constructos nacionales o tradicionales, sí le puedo decir ya que no hay sitio para ellos. En estos momentos, no puedo pensar en un nuevo partido de corte nacional de derechas, porque ya no hay espacio para él. De hecho, ahora mismo entre Vox, PP y Cs sobra uno. En cambio, como le expliqué hace un momento, en el ámbito regionalista sí que veo un posible espacio, incluso un espacio a pelear con Més.

En cualquier caso, ¿la actual fragmentación electoral puede ir a más?

Bueno, la existencia de un elevado número de partidos que hagan más complicado el tema de los pactos tiene un tope. Los sociólogos llamamos «partidos eficaces» a aquellos que optan a conseguir representación y tienen posibilidades de sacar al menos un 10 por cien del voto, lo que puede suponer dos, tres o cuatro diputados. En el caso del Parlamento balear, nosotros pensamos que ese tope estaría en siete partidos, que es lo que hubo la última vez.

«En el Govern, Podemos no está debilitado, mientras que Més está a la baja por la falta de exposición y de notoriedad»

¿En Cataluña también sería así?

En Cataluña estamos viendo que el número de partidos ha llegado a diez. Es verdad que ahora mismo hay dos partidos —el PDeCAT y el PNC— que tienen una difícil entrada en el Parlament, pero hay ocho que seguro que van a entrar. Si ahora estamos planteando ya escenarios en los cuales puede haber hasta diez partidos, entonces la fragmentación todavía podría subir más. En ese sentido, nos movemos en un territorio desconocido, pues España nunca ha tenido a nivel nacional ni de comunidades autónomas tanta fragmentación como ahora. Estamos entrando en una manera diferente de entender la configuración política. Por todo ello, yo no veo una posible vuelta al bipartidismo, como creen otros. Hoy por hoy no veo esa posibilidad.

¿Cree que hay un «efecto Illa»?

Por la información que tenemos, el «efecto Illa» es real, está ahí. Ese efecto ha ido más allá del día de su nombramiento y no ha sido un «suflé», que es una situación que se da cuando un candidato sube rápidamente y luego baja. El PSC era el tercer partido con Iceta y con Illa está literalmente empatado con Esquerra y con Junts per Catalunya. Los datos que hemos valorado esta mañana —por el miércoles— sitúan a los tres partidos en un 19,5 por cien del voto. Sabemos que eso no va a acabar así, pues al final uno de esos tres partidos logrará un porcentaje un poco mayor el 14-F y los otros dos tendrán un porcentaje un poco menor. En cuanto a la circunstancia concreta de que el partido que gane, luego gobierne, no tiene por qué ser así. En ese sentido, si saber cuál es el partido que va a ganar es una incógnita, conocer quién va a gobernar todavía lo es más.

¿Cómo valora el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos?

Bueno, hay una cosa que está clara, que es que la economía lo mueve todo. La política va detrás de la economía. Entonces, cuando existe una tendencia a volver a la estabilidad, es una tendencia económica. Los países se pueden permitir el lujo de tener populismos cuando la economía está muy mal o muy bien. Cuando está muy mal, porque se buscan alternativas extremas. Cuando está muy bien, porque existe una especie de abandono, en el cual parece que se pueden permitir el lujo de tener otro tipo de originalidades. Hay un nombre en sociología para esa situación, se llama la «democracia elitista», que es cuando la gente deja de ir a votar porque ya no lo ve necesario.

¿Qué ocurre cuando eso sucede?

Entonces surgen cosas que hacen que la gente se lleve las manos a la cabeza y se pregunte cómo es que ha ocurrido eso. La respuesta sería que eso ha ocurrido porque no fue a votar nadie. ¿Y por qué no fue a votar nadie? Porque la gente estaba tranquila. Es la dimensión elitista de la democracia. Luego está la «democracia participativa», que es cuando todo el mundo va a votar porque hay algo grave que resolver. Cuando ocurren esas oscilaciones, lo normal es que la economía vuelva a exigir estabilidad y la estabilidad la da la política institucionalizada, basada en la ortodoxia, en la cual los medios de comunicación tienen su sitio.

¿Qué puede ofrecer Joe Biden?

Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, una de las primeras cosas que dijo fue: «Yo no quiero nada con los periodistas, yo no necesito a la prensa, la prensa soy yo». Mucha gente pensó que eso era interesante. Pero es evidente que eso no puede ser, pues la democracia tiene una serie de actores y no puede haber originalidades fuera de ese escenario estabilizado. Y cuando la economía es la que dicta que necesitamos un escenario estabilizado, entonces se vuelve a la ortodoxia, por aburrida que sea o por demasiado centrada que parezca. En ese sentido, lo que ha hecho Joe Biden ha sido decir a toda Europa: «Tranquilos, que no voy a hacer nada raro, tampoco nada original, pero sobre todo nada raro». Por eso sus primeras medidas han sido quitar lo raro. Es la dinámica hoy en día de las democracias.

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