El regionalismo político nunca ha cuajado del todo en la urnas en Baleares. Ni siquiera los que en ese ámbito ideológico se reconocen tienen muy claro en qué consiste. Para algunos es un estadio inicial que conduce de forma inexorable al nacionalismo. Otros consideran que es justo lo contrario, una especie de antídoto contra el nacionalismo. A menudo unos y otros han intentado cohabitar bajo unas mismas siglas, pero todas y cada una de estas aventuras ha acabado mal.
En los últimos cuarenta y tres años nada menos que once experimentos de esa naturaleza se han intentado. A saber: Unió Autonomista y Unió Democràtica de les Illes Balears en 1977, Unió Mallorquina desde 1982 -aunque a partir de 1993 podría considerarse otra formación-, en 1983 surgieron la Candidatura Independent de Menorca y Partit Demòcrata Liberal -que siendo de ámbito nacional sin embargo en Baleares formó grupo parlamentario regionalista con UM y los independientes menorquinistas -, Centro Democrático y Social en 1987 – cuando su líder isleño, Josep Melià i Pericàs, intentó convertirlo en un partido autónomo de su referencia nacional liderada por Adolfo Suárez -, Unió Balear en 1998, Unió Independent de Mallorca y Convergència Balear en 1991, Lliga Regionalista y Convergència per les Illes en 2011. Y, finalmente, el PI actual, que, como es de sobra conocido, está atravesando una grave crisis que es fácil que lo arrastre hacia la nada, si no reacciona.
Son once intentos ya fracasados y uno, el PI, que ya se verá qué pasa con él. Dicen los entendidos en demoscopia, como por ejemplo el experto Gonzalo Adán -director del Instituto de Estudios Social que hace las encuestas de intención de voto para Última Hora y que en los últimos años ha retratado a la perfección las grandes corrientes de intención de voto en la región – que existe un nicho de potencial sufragio para este ámbito. Así que habrá que concluir que el problema es de definición del proyecto. De incapacidad de definirlo por parte de los dirigentes de cada operación, cabría precisar.
Y la verdad es que esta conclusión, a la vista de la gran cantidad de operaciones orgánicas y electorales fracasadas, se abre camino como la única explicación plausible. En efecto, en ningún momento los que han dirigido alguno de esos partidos ha tenido claro nada, no ya qué quiere ofrecer a sus potenciales votantes sino ni siquiera cómo se define a sí mismo.
Ahora es lo que está pasando -otra vez, por duodécima ocasión – en la actual formulación orgánica de ese ámbito ideológico, el PI. Los hay que son catalanistas, otros mallorquinistas, otros balearistas, unos se consideran regionalistas y por ende españoles y los de más allá nacionalistas y por nada se definirían como españoles…
Como en otros partidos con identidad múltiple, mientras las cosas fueron bien – tras los buenos resultados electorales de 2015 que daban esperanza de futuro en ser decisivos a la hora de inclinar la balanza de un Govern de centro derecha o de centro izquierda – las muchas ramas se mantuvieron bien enganchadas al tronco, pero al venir el primer bofetón fuerte – las elecciones de mayo pasado, cuando esperaban ser decisivos y no lo fueron – cada parte estira para su lado y no hay acuerdo en nada, ni si el resultado merece un cambio o no, si cabe incidir más en el regionalismo o en el nacionalismo, si hay que buscar pactos institucionales o no, qué estrategia opositora autonómica hay que seguir… Y para acabar de redondear el desastre, su líder, Jaume Font, anuncia que dimite, la tensión interna crece, hay bajas de militantes y mucha desorientación tanto entre las bases como entre la dirigencia.
Vistos los antecedentes, quizás lo que ocurre en el PI sea lo inexorable. Más o menos en todos los anteriores casos ha pasado igual. La maldición regionalista.