Bina (nombre ficticio) es una superviviente de la violencia machista y el mejor ejemplo de que hay salida. La suya fue el Servei d’Acolliment Municipal (SAM) a víctimas de violencia de género, al que llegó en verano del año pasado, tras cerca de cuatro años de malos tratos. Hoy no duda en animar a otras mujeres a denunciar a sus agresores cuanto antes.
Cuenta que «llegué a la Isla en 2015, dejé el trabajo en mi ciudad y vine para casarme con mi exmarido. Estábamos enamorados y era una historia de amor de verdad. Yo pensaba que iba a vivir como en mi país, tener mi trabajo y ser independiente». Recuerda que el primer año «estuvimos más o menos bien, pero de repente cambió y se volvió otra persona, se volvió agresivo y ya no podía hablar con él». Poco a poco «empezó a controlar mi pelo, mi forma de vestir, me miraba el teléfono, no podía usar las redes sociales ni tener amigas, no me dejaba trabajar y apenas salía de casa. Pero él sí hacía lo que quería y salía con amigos y con otras mujeres». Con el tiempo, ahora lo sabe, «he comprendido que así es como actúa un machista».
Las discusiones terminaban con golpes e insultos y «después siempre pedía disculpas, lloraba o me compraba un regalo y me decía que tenía problemas y que le tenía que ayudar, que no sabía cómo controlarse». Bina admite que «los golpes físicos dolían, pero las palabras, los insultos, aún eran peor, se te quedan dentro».
Explica que «una cosa que entendí más tarde con la ayuda de la psicóloga es el hecho de que cuando me pegaba y volvía a casa hacía el amor conmigo. Yo le decía que no, que necesitábamos hablar, pero él creía que volver a acostarse conmigo era lo normal y yo también llegué a creerlo. Ahora tengo claro que eso suponía una agresión sexual, aunque sea tu marido una mujer puede decir que no». Esa vida se convirtió casi en costumbre, e incluso, «una vez me llegó a decir de que yo tenía suerte de que me pegase porque eso significaba que estaba enamorado de mí».
Finalmente, a los dos años y medio llamó al servicio 24 horas del Institut Balear de la Dona. «Antes tampoco hubiera podido porque no hablaba bien la lengua, entonces me puse a estudiar para poder entender. Empecé a buscar por internet y encontré ese teléfono de atención y llamé después de una vez en que me agarró el cuello con las dos manos y me miró como un monstruo». Pero al final Bina se echó atrás, «porque estaba enamorada de él, además tenía miedo, no sabía qué hacer ni adónde ir y me daba mucha pena. Esto es lo que mata a la mujer, tener pena de estos hombres».
Siguieron los golpes y los insultos y un día supo del SAM del Ajuntament por los folletos que vio en el Centre Flassaders cuando iba a clases de catalán. «Llamé, me dieron una cita pero al final la anulé, seguía pensando más en él que en mí».
La tercera fue la vencida, en verano del año pasado llamó de nuevo y esta vez sí acudió a la cita. El detonante (llora) fue una noche en que le golpeó con fuerza y por primera vez acudió la policía a su casa. Aquí, Bina hace un inciso para recordar con tristeza que «en los cuatro años que duraron los malos tratos nunca nadie, ningún vecino, llamó a la policía cuando oían que me golpeaba o mi llanto». Por eso sabe que fue él quien llamó «porque después me dijo que me iba a echar de aquí». Esa misma noche entendió que debía pedir ayuda, «llegué a un punto en que pensé en abrir la ventana y saltar». Al día siguiente acudió al SAM, dejó su casa y denunció a su exmarido. «Necesité 4 años para tomar la decisión, pero la tomé».
Ese día ya durmió en la casa de acogida donde recuperó «el amor y la autoestima perdida». Jamás olvidará «el momento en que salí de mi casa para no volver, con lo poco que había cogido, sentí que podía respirar, el paso que estaba dando era para mí como ir la Luna». Tras dos meses en la casa de acogida le ofrecieron pasar a un piso, sigue dentro del programa, pero con más autonomía. «Ahora mismo me siento más fuerte que nunca. Trabajo, estudio catalán, hago deporte y aprovecho cada hora de cada día». No tengo miedo, pero todavía cuando voy sola por la calle miro hacia atrás». Bina no se plantea irse de Palma, «que se acostumbre a verme, no me voy a ir por él».