Al alba del 24 de febrero de 1937, una muchedumbre acordonaba la entrada del cementerio de Palma. Querían ver el espectáculo de la muerte: la ejecución del último alcalde republicano de la ciudad.
Como no podía tenerse en pie debido a una angina de pecho, dos soldados arrastraron a Emili Darder hasta la pared y lo sentaron en una piedra junto a otros tres condenados. Según una fuente recogida por la historiadora Lina Moner, cuando ordenaron fuego, solo sus compañeros se desplomaron. Como si de un milagro se tratara, el piquete de ejecución no se había atrevido a apuntarle y sobrevivió a la ráfaga. Un oficial desenfundó su pistola e hizo los honores él mismo.
Emili Darder Cànaves pertenecía a una familia acomodada de médicos de Palma. Estudió en Montesión y cursó la carrera de Medicina en Barcelona. Desde joven se comprometió con las ideas progresistas y fundó con otros intelectuales el partido Esquerra Republicana Balear.
Obtuvo su primera acta de concejal de Palma en 1931, cuando el gobernador civil ordenó repetir las elecciones municipales porque en la capital balear, a diferencia del resto de España, habían ganado con diferencia los monárquicos. En esta segunda vuelta, la conjunción republicano socialista pasó de repente de 9 a 25 regidores.
En realidad, solo estuvo 14 meses como alcalde de manera intermitente entre 1933 y 1936. Durante este tiempo destacó por impulsar la educación y la sanidad. Creó, por ejemplo, los comedores escolares para familias vulnerables. Además, potenciaba la cultura mientras defendía la «catalanidad de Mallorca». Según el historiador Arnau Company, en un acto afirmó: «Catalanes y mallorquines somos unos».
Cuando sobrevino el golpe militar, tenía 41 años, estaba casado y tenía una hija, Emilia. Como estaba enfermo, no pudo escapar y lo encerraron en el Castell de Bellver. Fue procesado y en una semana lo condenaron a muerte. Según Lina Moner, todo fue una «farsa». Lo acusaban de «ideología catalanista» y de formar parte de una trama «soviética» para armar izquierdistas.
El 24 de febrero de 1937 lo fusilaron en el cementerio de Palma junto al socialista Alexandre Jaume y los republicanos Antoni Mateu y Antoni Maria Ques. Solo dos días después, su hija, de 16 años, fue obligada a cantar el Cara al sol en su clase del Institut. Ella se negó y tres de sus mejores amigas la apoyaron.
La represión se extendió a la familia de su mujer, Miquela Rovira. Siete de ellos sufrieron prisión y dos fueron fusilados. Solo se salvaron los dos hermanos de Darder, Bartomeu y Biel, porque nunca se habían metido en política. Incluso mantuvieron sus casas colindantes a la suya expropiada.
La dictadura confiscó todos los bienes de Darder y la familia emigró a Venezuela. Volvieron en 1947 y tuvieron que esperar hasta 1977 para que se oficiara su funeral. Su nieto, el prestigioso galerista Ferran Cano Darder, contó al diario Ara que un fascista se coló en la misa diciendo «putos rojos» y que un amigo boxeador lo echó de un codazo en las costillas.
A Darder le han dedicado una calle, un instituto, un centro de salud y un busto en la plaza de la Porta des Camp, junto a su antigua casa, la cual es ahora sede del Ministerio de Defensa. El Gobierno de Sánchez no la quiere devolver porque, asegura, pagó en su día a la familia por la expropiación.