Da la impresión de que acumula vivencias y de que ha sabido asimilarlas. Michael Stoma (Toronto, 1954) se licenció en Medicina (UAB, 1954) y dirige el centro médico de Portals Nous. Paralelamente preside Mediterránea, una ong que centra su ayuda en Etiopía y Ghana, sin descuidar la problemática del Cuarto Mundo.
Le comento que me llama la atención su licenciatura en Barcelona. Me responde:
Michael Stoma.- Lo comprenderá si le digo que tengo nacionalidad española. Mis padres se establecieron en Mallorca cuando yo era niño. Y mis abuelos residían en Deià desde los años veinte o treinta. Luego, cuando la Guerra civil, viajaron al Reino Unido, pero volvieron tan pronto como acabó. La abuela había estado metida en cine, era ayudante de dirección.
Llorenç Capellà.- ¿Y qué se le había perdido en Deià…?
M.S.– Nada. Pero la enamoró el lugar. Y se quedó allí para vivir y morir. Una de las primeras tumbas, en la entrada del cementerio, es la suya. Se llamó Ivi Brown. Fue una mujer fabulosa.
L.C.– Usted ¿hizo el bachillerato en Palma?
M.S.– Estuve en un internado inglés. Aunque estudié la carrera en Barcelona por dos razones fundamentales: necesitaba sentirme cerca del Mediterráneo y en casa íbamos justos de dinero. Así que tuve la enorme fortuna de asistir al hundimiento del franquismo y de vivir la Transición en caliente. Fue algo fascinante. Había ilusión, solidaridad, idealismo… Intento explicárselo a mis hijos y no consigo que me crean.
L.C.-…
M.S.– De niño tuve la fortuna de conocer la playa de ses Illetes en estado virgen. Sin hamacas en la playa. Sin botellas vacías ni colillas… Sin fincas altísimas que la encajonaran. Y también me viene a la memoria una fonda popular absolutamente fabulosa. Me refiero a Casa Llabrés. Estaba en El Terreno. Ya nadie la recuerda…
L.C.– Yo sí. En la calle Joan Miró, frente al colegio San Luis Gonzaga.
M.S.– ¿Usted sabe de qué le hablo…? ¡Nadie, nadie, conoce Casa Llabrés…! Es terrible: estamos perdiendo la memoria de la ciudad. Y lo digo yo, que la he ido descubriendo de adulto. Fue por casualidad. Al acabar los estudios, pensé establecerme en Deià o en Sóller. Ya estaba casado con una catalana, Victòria Baldó, también médico… Y entre los dos decidimos quedarnos en Palma.
L.C.– ¿Mediterránea nació…?
M.S.– En 1999. En los países avanzados estamos degradando frívolamente el estado del bienestar, ya que no nos damos cuenta de lo que nos ha costado llegar al nivel de vida que tenemos. Guerras, revoluciones… Y mucho dolor y muerte. Todo para tejer una red social que nos evita caer en el abismo. Para que me entienda: si uno de mis hijos se queda sin trabajo, sabe que en casa dispondrá de una cama. Y si ya no están sus padres, siempre estará Cáritas o Zaqueo para servirle un plato de comida. En Etiopía hice amistad con un taxista. Le pregunté: ¿Si ahora usted tiene un accidente de tráfico y se rompe la pelvis…? Me respondió: Me moriré desangrado, porque no vendrá a recogerme ninguna ambulancia. Le pregunté: Y si se muere ¿qué será de sus hijos? Me respondió: se morirán de hambre, porque nadie les dará de comer.
L.C.– Entiendo.
M.S.– Aquí disponemos de una red de servicios sociales que nos cubre las necesidades mínimas. Yo trabajo en la medicina privada, pero soy un admirador de la pública. En cualquier sociedad avanzada se potencia el sector público.
L.C.– Mediterránea ¿recibe ayudas de la Administración?
M.S.– Ni la más mínima. Y la razón la hallará en nuestros estatutos: no aceptamos dinero público, porque nuestra ong es apolítica, aconfesional y radicalmente independiente.
L.C.– ¿Con una ligera tendencia a la derecha?
M.S.– No. En Mediterránea hay gentes de todas las ideologías, aunque lo único que nos importa de todas ellas es su humanidad. En Mallorca, distribuimos a diario comida para ochocientas personas. Y en nuestros colegios de Etiopía todos los niños hacen las tres comidas reglamentarias.
L.C.– Husmeando en su web, tomo nota de que Mallorca forma parte del Cuarto Mundo.
“Hay un Cuarto Mundo, de hambre y necesidades, que está emergiendo en los países desarrollados. En sa Pobla hay niños que toman menos leche que los de Etiopía”
M.S.– No sé quién se ha inventado el término, pero lo considero muy acertado. Hay un Cuarto Mundo, de hambre y necesidades, que está emergiendo en los países desarrollados. En sa Pobla, y cito sa Pobla porque actualmente ya estamos allí trabajando, hay niños que toman menos leche que los de Etiopía. Así que hemos de admitir, no sin cierto escalofrío, que en la opulenta Mallorca hay grupos sociales cuya situación de desamparo es equiparable a la de los pueblos africanos. Además, el componente humano de este Cuarto Mundo ha ido cambiando en el último trienio.
L.C.– ¿Para bien o para mal…?
M.S.– Se ha vuelto más complejo. Antes se nutría de vagabundos y emigrantes subsaharianos. Ahora, en cambio, se han incorporado europeos, norteafricanos y españoles. Las clases medias se están hundiendo.
L.C.– ¿A cuántos niños tutela, en sa Pobla, Mediterránea?
M.S.– A noventa.
L.C.– ¿¡Noventa…!?
M.S.– Lo que oye. Y no sólo aportamos a sus familias recursos para su mantenimiento, sino pañales, ropa, jabón… ¿Me cree…?
L.C.– Le creo. Pero que esto ocurra en una sociedad que tiene los juzgados colapsados por el mal uso del dinero público…
M.S.– Prefiero no hablar de política, entiéndame…
L.C.– Es hiriente. Lo de sa Pobla, digo.
M.S.– Lo es. En Mallorca se ha ganado mucho dinero. No obstante, las situaciones de pobreza desesperada son cada vez más frecuentes. Un niño de seis años tiene que beber, por lo menos, medio litro diario de leche… Y aunque ahora estemos pasando una crisis brutal, no podemos consentir que paguen las consecuencias las generaciones que crecen. En Etiopía, nuestros niños rompen esquemas, porque con una buena alimentación han aumentado su rendimiento físico e intelectual.
L.C.– ¿La tragedia que ustedes han detectado en sa Pobla es extrapolable a otros pueblos de la isla?
M.S.– Probablemente. En confianza: yo diría que nos hallamos ante la punta del iceberg, porque Mallorca entera es un mismo cuerpo social con un mismo tipo de economía. Me angustia pensar en lo que nos va a deparar el futuro. Los de nuestra generación sabíamos el terreno que íbamos a pisar. Pero, actualmente, lo que tenemos delante son arenas movedizas.
L.C.– ¿Con qué presupuesto encara el mes Mediterránea?
M.S.– Solamente con cinco mil quinientos euros. Pero nos ahorramos muchos gastos. Por ejemplo, nuestras oficinas son mi propio centro médico. Y la colaboración de nuestros cooperantes es impagable. En Etiopía prolifera la ceguera infantil debido a las enfermedades de la madre durante el embarazo, de la desnutrición… Pues bien, en octubre viajará allí un equipo de cirujanos del Instituto Balear de Oftalmología con todo el material quirúrgico y sanitario necesario para realizar cien operaciones. ¡Y cien niños recuperarán la vista…!
L.C.– ¿Algún personajillo influyente o funcionario etíope les ha reclamado comisión?
M.S.– Claro. Pero no hemos entrado en el juego. Ya sabe: se nos acerca un poderoso del lugar, se esfuerza en allanarnos las dificultades y luego, como la cosa más natural del mundo, pretende quedarse con el 20% de la mercancía que entramos en el país. Nos hemos opuesto tajantemente y, por ello, hemos tenido que enfrentarnos a situaciones demenciales. No obstante, las hemos ido superando con firmeza y mano izquierda. Los mismos corruptos, cuando ven que están perdiendo el tiempo, se hacen a un lado y nos dejan en paz.
L.C.– Ainhoa Fernández, Rosella Urru y Enric Gonyalons permanecen secuestrados quién sabe dónde.
M.S.– Son un ejemplo para todos.
L.C.– Usted lo sabe tanto como yo: hay quien dice que se metieron en camisa de once varas.
M.S.– Lo sé. Claro que lo sé. Pero a quien piensa así le respondo que el mundo es redondo y que nuestro compromiso ético tiene que ser con la humanidad entera. Le cuento una anécdota…
L.C.– Vale.
M.S.– En un hotel cubano colgaba de una pared una vieja fotografía, del año treinta y seis, en la que se veía un camión destartalado con ruedas de madera. En la carrocería habían escrito con letras grandes: ayuda humanitaria para España. ¡Y ya ve…! Décadas después yo estaba allí para ayudar a los cubanos. Me sentí orgulloso de poder devolverles una enésima parte de su impagable ayuda.
L.C.– Comprendo.
M.S.– La solidaridad es la única gran ideología que nos queda. Lo de derechas y de izquierdas ya es lenguaje caduco.
L.C.– Las hipotecas que ahogan a la mitad de la ciudadanía son de derechas…
M.S.– Pero no dejan de ser una práctica arcaica que tiene algo de estafa. Esta crisis abrirá una zanja entre el ayer y el hoy. Y todos, los que están en el mundo de los negocios los primeros, deberemos ser más responsables. Hubo un momento en que nada nos bastaba. Cambiábamos de móvil, de coche… Nos mirábamos en Mario Conde.
L.C.– ¿Y…?
M.S.– Ahora pagamos las consecuencias de tanto despilfarro. Seguro que los tiempos oscuros alumbrarán un nuevo humanismo. Y si es así, yo me apunto.
En 1999 Mediterránea –una ONG creada por Michael Stoma- contaba con seis colaboradores, y actualmente se aproximan a los cuatrocientos. Los responsables no aceptan ayudas institucionales y publican anualmente el movimiento contable. Hasta ahora la mayor proyección de Mediterránea se ha dado en Etiopía, un país donde la mortalidad infantil (de 0 a 6 años) se sitúa en el 30%. De gestionar las ayudas a Etiopía se responsabiliza Victòria Baldó, así como del control de los centros escolares situados en los barrios más deprimidos de Addis Abeba. De las acciones humanitarias en sa Pobla, Maria Dolors Aguiló. La ayuda al Cuarto Mundo (a la Mallorca en crisis para entendernos) se lleva una tajada importante del presupuesto. En Calvià, sobre todo en las urbanizaciones de la zona costera, Mediterránea se responsabiliza de la manutención de cuatrocientas personas. Les proporcionan semanalmente los alimentos suficientes para que puedan cocinar en sus propias casas. Es una manera de no herirles en su dignidad, porque la mayoría tenían un trabajo y conviven en un entorno social que ignora (o se esfuerza por ignorar) su caída en la pobreza. Según el doctor Stoma la suciedad o el desaliño del necesitado incide en la pérdida de la propia autoestima. De ahí que ideara lo del Dignipac. ¿Qué es el Dignipac…? Un paquete que contiene cepillo de dientes, champú, jabón, desodorante, etcétera. Ya lo reciben mensualmente trescientas personas.